Toda intervención en el territorio, desde la restauración de una cantera degradada hasta el diseño de una cubierta ajardinada en un entorno urbano, es, en esencia, una interacción directa con un ecosistema.
Comprender su estructura y funcionamiento no es un mero ejercicio teórico, sino la base fundamental sobre la que se asienta el éxito o el fracaso de nuestros proyectos. Para los profesionales del paisaje, el medioambiente y la agronomía, concebir el terreno como un sistema vivo e interconectado es el primer paso hacia la creación de soluciones resilientes, sostenibles y funcionales.
¿Qué es exactamente un ecosistema?
Un ecosistema puede definirse como el conjunto formado por los organismos vivos (componentes bióticos o biocenosis) y el medio físico donde se desarrollan (componentes abióticos o biotopo), así como las múltiples interacciones que se establecen entre ellos.
El biotopo abarca factores como la luz solar, la temperatura, el agua, la composición química del suelo y del aire, y la topografía del terreno.
La biocenosis, por su parte, incluye a todos los seres vivos que habitan ese espacio.
La verdadera esencia del ecosistema reside en el flujo constante de energía y el ciclo de la materia que conecta ambos componentes. Un proyecto de restauración paisajística que solo contemple la selección de especies vegetales (un componente biótico) sin analizar la edafología o el régimen hídrico (componentes abióticos) está destinado a encontrar serias dificultades.
Los productores de los ecosistemas, la cadena trófica.
Dentro de la comunidad de seres vivos, la energía fluye de unos a otros siguiendo una estructura clara.
Entender estos roles es vital para diagnosticar problemas en un ecosistema degradado o para diseñar uno nuevo y equilibrado, como en un jardín, un parque o una zona degradada.
Los productores como base de todo el ecosistema.
Los productores son la base de todo el sistema. Principalmente, son las plantas, algas y algunas bacterias que, mediante la fotosíntesis, convierten la energía solar, el agua y el dióxido de carbono en materia orgánica. Son los únicos capaces de generar su propio alimento.
En nuestra labor como interventores en el ecosistema, son las especies que seleccionamos para reforestar, para estabilizar un talud o para crear una pradera florida. La elección de productores autóctonos y adaptados al biotopo es la piedra angular de cualquier actuación.
Los consumidores como indicador de la salud del ecosistema.
A continuación, se sitúan los consumidores, organismos que obtienen su energía alimentándose de otros seres vivos.
Se dividen en herbívoros (consumidores primarios), que se alimentan de productores; carnívoros (consumidores secundarios y terciarios), que se alimentan de otros animales; y omnívoros.
La presencia o ausencia de fauna, desde insectos polinizadores hasta aves que dispersan semillas, es un indicador de la salud del ecosistema y un factor que nuestros diseños pueden fomentar o inhibir.
Los descomponedores como cierre del ciclo del ecosistema.
Finalmente, los descomponedores, como hongos y bacterias, cierran el ciclo. Se alimentan de materia orgánica muerta (hojas caídas, animales muertos, excrementos) y la transforman en compuestos inorgánicos simples que vuelven a estar disponibles para los productores.
Este proceso es la base de la fertilidad del suelo. En proyectos de restauración, la inoculación de micorrizas o la aportación de enmiendas orgánicas como el compost o el mulch de hidrosiembra son estrategias directas para potenciar la actividad de este grupo vital.
Los principales tipos de ecosistemas.
La diversidad de biotopos en el planeta da lugar a una gran variedad de ecosistemas, cada uno con sus propias reglas y especies adaptadas.
Para el profesional, conocer sus características es fundamental para seleccionar las plantas, materiales y técnicas adecuadas en su intervención.
Los ecosistemas acuáticos.
El agua es el factor definitorio. En los ecosistemas de agua dulce, como ríos, lagos o humedales, nuestro trabajo se centra a menudo en la restauración de riberas.
Aquí, técnicas de bioingeniería como los biorrollos, las fajinas o la plantación de especies de ribera (sauces, chopos, fresnos) son cruciales para estabilizar márgenes y crear hábitats.
La fitodepuración, que utiliza la capacidad de ciertas plantas acuáticas para limpiar el agua, es otro campo de actuación en auge.
En los ecosistemas de agua salada, como marismas, estuarios o litorales, los desafíos son la salinidad y la dinámica costera.
La restauración de sistemas dunares mediante la plantación de especies psamófilas (adaptadas a la arena) o la protección de marismas son actuaciones clave para la protección de la costa frente a la erosión.
Los ecosistemas terrestres.
Su diversidad es inmensa y viene determinada por el clima y el suelo.
El ecosistema forestal se caracteriza por la predominancia de árboles. Las actuaciones aquí van desde la reforestación a gran escala tras un incendio, seleccionando especies autóctonas y resilientes, hasta la gestión silvícola para prevenir plagas o mejorar la biodiversidad.
El uso de protectores y tutores, así como una correcta preparación del suelo, son determinantes para el éxito de las plantaciones.
El ecosistema montañoso presenta condiciones extremas: pendientes pronunciadas, suelos someros y una fuerte exposición a los elementos.
El control de la erosión es prioritario, empleando soluciones como hidrosiembras, mantas orgánicas, geoceldas o gaviones flexibles para estabilizar taludes afectados por la construcción de infraestructuras como carreteras o pistas de esquí.
Finalmente, el ecosistema desértico o árido, marcado por la escasez de agua, nos exige un enfoque basado en la máxima eficiencia hídrica. El paisajismo en estas zonas (xerojardinería) se basa en el uso de especies autóctonas de bajos requerimientos hídricos, la aplicación de mulch para conservar la humedad del suelo y el diseño de sistemas de riego por goteo altamente eficientes.
En todo este contexto, cada proyecto que emprendemos es una oportunidad para reparar, crear o mejorar un ecosistema. La responsabilidad de los técnicos, diseñadores y ejecutores es ir más allá de la simple plantación o construcción, y adoptar una visión integral.
En definitiva, debemos actuar como arquitectos de ecosistemas, manejando con conocimiento las piezas bióticas y abióticas para construir paisajes no solo estéticos, sino también vivos, funcionales y perdurables.